Ficha técnica: España/Francia. Argumento y guión: Víctor Erice, a partir de un relato de Adelaida García Morales. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Piezas de Ravel, Schubert y Granados. Montaje: Pablo G. del Amo. Producción: Elías Querejeta, P.C., TVE y Chloe Productions. Jefe de producción: Primitivo Alvaro. Duración: 93 min.
Ficha artística: Omero Antonutti (Agustín), Sonsoles Aranguren (Estrella, 8 años), Icíar Bollaín (Estrella, 15 años), María Massip (Estrella adulta, voz en off), Lola Cardona (Julia), Rafaela Aparicio (Milagros), María Caro (Casilda), Francisco Merino (enamorado), José Vivo (camarero), José García Morilla (chófer), Aurore Clément (Laura-Irene Ríos), Germaine Montero (Doña Rosario).
El compromiso con el arte
Yo aprendí cine en una escuela en la que no teníamos siquiera una cámara y donde todo pasaba en una pizarra. No tengo nostalgia de aquello, pero sí creo que fue importante aprender a relatar sin tener nada[1].
Si decía en la crítica anterior, en un intento de definir el cine de Carlos Sorín, y por ende, al propio Sorín, que era un romántico descontextualizado, Víctor Erice podría ser el primo hermano impresionista al que le gusta experimentar en cada uno de sus trabajos tomando caminos inesperados.
Son muchos los que se refieren a la obra de Erice como un cine poético. No les falta razón para denominarlo de esta forma, sin embargo parece que esta expresión se queda corta después de ver el tándem El sur (1982) y Alumbramiento (2002). Al igual que sucede con la película que hoy nos atañe, la definición de este cineasta vizcaíno está incompleta, le falta algo que va más allá de la poesía y que quizás no se pueda precisar hasta que no lleguen obras venideras. Estudiante de Ciencias Políticas y Derecho hizo un gran favor a Gombrich cuando decidió dedicarse al cine, puesto que, al igual que su admirado Kiarostami, es uno de esos autores que ayudan a la subsistencia de las condiciones ecológicas del arte.
Decía Bordieu que todas esas películas conservadas en las cinematecas y en los museos del cine son el producto de universos sociales que se conformaron de a poco, liberándose de las leyes del mundo ordinario y en particular de la lógica del beneficio[2]. Que Erice no se rige por las leyes del mundo ordinario es un hecho contrastable, solo hay que ver la calma de sus planos o el tratamiento de la luz, en cuanto a la lógica del beneficio, la objetividad cuantitativa se impone, tres largometrajes en más de 40 años. Una escasa filmografía compuesta por El espíritu de la colmena (1973), El Sur (1982) y El sol del membrillo (1992). A lo que hay que añadir Alumbramiento (2002), un cortometraje que se integra en el proyecto Ten Minutes Older en el que participan otros autores como Aki Karismaki, Jean-Luc Godard o Wim Wenders. También realizó el mediometraje La norte rouge (2005), para la exposición Erice-Kiarostami, proyecto museístico que deja al descubierto la categoría artística que adquiere el cine para Erice; el cine puede formar parte de los museos al igual que cualquier pintura u obra contemporánea. Bajo el auspicio de este proyecto ambos directores comenzaron a intercambiar una serie de video-correspondencias, al estilo de trabajos reflexivos tan personales como el realizado por Godard en su serie documental Histoire(s) du cinéma.
El Sur se basa en un relato corto de Adelaida García Morales y nos cuenta la historia de Estrella, la joven protagonista a la que acompañamos en un viaje personal de maduración y conocimiento. Reconstruye su pasado encajando los fragmentos que le cede la memoria, ella misma reconoce que son pocos los instantes que guarda de su madre pese a pasar la mayor parte de su infancia con ella. La memoria, el subconsciente, se presenta así como uno de esos misterios que el ser humano no ha sido capaz de descifrar, lo que de alguna manera evoca a la narrativa de Proust. Sin saber muy bien porqué, el largo camino flanqueado de árboles que lleva hasta la casa de Estrella, enlaza con los caminos que flanquean Combray, poco tiene que ver el paisaje que describe Proust con la larga arboleda que lleva hasta La Gaviota, pero ambos caminos se reconstruyen de la misma forma, a través de los pequeños detalles subjetivos que dejan huella en la memoria y con la inestimable ayuda de la imaginación de los protagonistas.
81/48 /33
El rodaje de El Sur comenzó un 12 de diciembre de 1982, contaban con 81 días de rodaje de los cuales sólo se cumplieron 48 jornadas restando 33 días de producción. La interrupción del rodaje como consecuencia de algunos problemas con la financiación tuvo dos secuelas inmediatas, una película inacabada en la que Estrella nunca llegará al sur, y la frustración personal del autor que entiende que, su carácter inacabado está sencillamente en las imágenes. Estrella en el sur tenía que completar la dimensión moral del relato conociendo el paraíso particular de su padre, aquel al que nunca pudo regresar. Cuando Erice habla de este proyecto sus palabras destilan cierto tono de desaliento, habla desde la desilusión de un artista al que se le coarta, la desilusión que puede sentir un pintor ante un lienzo inacabado. Pese a parecer un hombre reflexivo, sereno e introspectivo no puede disimular el extraño vínculo de amor-odio que establece con su obra incompleta, es la pequeña espina que esperemos que algún día se pueda quitar, no por el público, mayoritariamente satisfecho con el resultado, más bien por una cuestión personal.
Y es que si no se sabe las vicisitudes que interfirieron en la producción ¿quién diría que El Sur es un proyecto inacabado? La película, tras un largo flash-back, uno de los más bonitos que se puedan ver, regresa al momento en el que Estrella encuentra el péndulo de su padre bajo la almohada, el espectador sabe todo lo que necesita saber, Estrella comenzará a partir de este momento un viaje que le hará crecer. Cada descubrimiento será una herida, y cada herida un paso al conocimiento.
Sabe, los surrealistas decían que la sociedad estaba montada sobre un crimen fundacional. Los niños, a su manera, lo descubren cuando pierden la inocencia. Descubrir la brecha entre la pantalla y la sala ya es eso. Cada descubrimiento es una herida y cada herida es un paso en el acceso al conocimiento[3]
El sur no es una obra inacabada, será una obra eternamente prorrogada porque cada lector llevará a Estrella por un camino distinto, pero sólo cambiará la ruta. Aquellos que capten la esencia de la joven protagonista saben que, parafraseando a Benedetti, Estrella no se quedará inmóvil al borde del camino, no se llenará de calma, no reservará del mundo sólo un rincón tranquilo. El sur la espera, y al igual que hace Estrella, el espectador tendrá que reconstruir ese viaje ayudado por la imaginación y por aquellos lazos que le puedan unir a ese paraíso particular que aquí se llama sur pero que podría ser cualquier otro lugar. Probablemente una segunda parte de la película sería un alivio para Erice, y un placer visual para el espectador, pero no la conclusión de un viaje que continuó desde el momento en el que el autor cerró la primera etapa en la pantalla.
De la trastienda y los pequeños guiños
Mucho hemos hablado hasta ahora de la película y su director, pero no podemos olvidar esos pequeños detalles que no pasan desapercibidos para el cinéfilo y que engrandecen aún más, si cabe, la narración. El sur no es sólo la historia de un personaje, es la historia de un país dividido. El trasfondo de una guerra civil que deja una dura posguerra de odios, redecillas y frustraciones representadas en la dualidad norte/sur y en la nula relación entre Agustín y su padre. Rafaela Aparicio es la encargada de explicar a Estrella el sin sentido de una guerra en un diálogo que merece la pena que sea reproducido íntegramente.
Para que tú veas, de los malos de los buenos, para que tú te des cuenta, cuando la república, bueno antes de la guerra, tu abuelo era de los malos y tu padre de los buenos; pero luego, cuando ganó Franco, tu abuelo se convirtió en un santo y tu padre en un demonio, ¿ves lo que son las cosas de este mundo?, palabras, nada más que palabras.
Por otro lado tenemos una disculpa de Erice hacia Alfred Hitchcock que se convierte en un regalo para el espectador. Reconoce el director que hubo un tiempo en el que no valoró el cine del maestro del suspense, será porque son formas distintas de ver el cine, pero reconoció la aportación del director al séptimo arte cuando en El Sur, Estrella, convertida ya en una adolescente se para frente al cine Arcadia y contempla el cartel de La sombra de una duda, un ejercicio de intertextualidad sutil pero de enorme valor. Pero el amor que Erice tiene por el cine queda aún más claro cuando vemos a Agustín ensimismado ante la pantalla, el espectador queda así reflejado dentro del propio cine, se identifica con el personaje con el que está compartiendo una misma experiencia. En más de una ocasión hemos visto la emoción del espectador en una sala de cine, inolvidable la carita inocente y la mirada viva del niño de Cinema Paradiso (1988) ante la pantalla mágica. O quién no recuerda a Amélie mientras observa las reacciones de los espectadores, mejor dicho, ¿quién no ha hecho esto alguna vez?
Otra escena maravillosa y punto de inflexión en la película, es el momento del baile tras la comunión de la niña, resuelto con un plano secuencia que empieza y termina en el mismo punto, el velo blanco sobre la silla; la inocencia, la pureza que a partir de este momento comenzará a perder Estrella. Al ver a la niña vestida con su traje de primera comunión iluminada por la luz de una vela viene a la memoria una de las películas españolas más taquilleras, Los Otros de Alejandro Amenábar. Desconozco si para Amenábar puede ser una influencia Victor Erice pero me parece ver cierto parecido entre ambas imágenes, de la misma forma que los dos directores miman el tratamiento de la luz y la convierten en protagonista en sus películas. Sería injusto no nombrar aquí la fotografía de José Luis Alcaine, simplemente deslumbrante al igual que también sería inmoral no hacer referencia a la extraordinaria selección musical de piezas de Schubert y Granados.
En el tren
El sur es una película que no puede dejar indiferente a nadie, algo encontrarás en ella que te retenga ante la pantalla, serán los personajes, será la música, será la nostalgia, la pelota que rueda por las escaleras, la caja donde guarda los pequeños tesoros de la infancia, los secretos inconfesables que fueron descubiertos; sea lo que sea, cuando termine, sabrás que acabas de ver una de esas películas que no olvidas y siempre recomiendas.
Hay en el mundo unas islas que ejercen sobre los viajeros una irresistible y misteriosa fascinación. Pocos son los hombres que las abandonan después de haberlas conocido; la mayoría dejan que sus cabellos se vuelvan blancos en los mismos lugares donde desembarcaron; hasta el día de su muerte, a la sombra de las palmeras, bajo los vientos alisios, algunos acarician el sueño de un regreso al país natal que jamás cumplirán. Esas islas son las Islas del Sur. Cuentan que en ellas estuvo en tiempos el Paraíso.
En las Islas del Sur, de Robert Louis Stevenson[4]
[1]http://www.elpais.com/articulo/cultura/Victor/Erice/Abbas/Kiarostami/continuan/singular/cruce/cartas/filmadas/elpepicul/20060704elpepicul_4/Tes
[2] Bordieu, Pierre, Preguntas a los verdaderos amos del mundo, publicado en Le Monde y Libération el 14 y 14 de octubre de 1999
[3]http://www.elpais.com/articulo/cultura/Tengo/guion/escrito/quiero/realizarlo/condiciones/industriales/elpepicul/20070925elpepicul_6/Tes
[4] Este debería haber sido el fragmento que cerrara la película en la voz de Fernando Fernán Gómez si se hubiera terminado tal y como la pensó Víctor Erice
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